jueves, 2 de octubre de 2014

Su retraso...




"Ya debería haber llegado", pienso mientras miro mi reloj por enésima vez. 

Impaciente, compruebo que ya lleva una hora de retraso. Vuelvo a llamarle al móvil, aunque sé que estará apagado como las cuatro veces anteriores que he intentado contactar con él.

La angustia se cierne en mi estómago y me asomo a la ventana por si le veo llegar. Nada. Repito su nombre una y otra vez como si al hacerlo pudiera conjurar su presencia.

No me gusta que vaya al trabajo en bicicleta. Pero hoy me desagrada especialmente. Me lo imagino arrollado por un coche. Veo la imagen claramente en mi mente, tan nítida que me estremezco. Intento alejar la visión, pero se queda en mí como marcada a fuego. Su rostro sangrante, sus extremidades en una posición imposible, su cuerpo inmóvil... Veo la ambulancia, oigo la sirena y el corazón me retumba en el pecho en un galope desenfrenado. ¿Por qué no se habrá ido en coche? 

Deberían llamarme del hospital, informarme de que mi marido ha sufrido un accidente. ¿Por qué nadie se pone en contacto conmigo?
Pero yo sé por qué. Tiene el teléfono apagado. El pequeño aparato yace hecho añicos bajo una de las ruedas del vehículo. En el hospital todavía nadie se ha planteado ponerse en contacto con los familiares. Tratan de salvarle la vida; las primeras acciones son vitales y después... Dios dirá.

El terror se adueña de mí. Camino de un lado al otro del salón con pasos rápidos, nerviosos, impacientes. Acongojada, elevo mis oraciones al cielo, suplicando misericordia. No quiero perderlo... Él es la luz de mi vida, mi apoyo, mi consuelo, mi compañero, mi amigo, mi amante... ¿Qué será de mí sin él?

"Por favor, Dios, tráelo de vuelta. Por favor, por favor, por favor...", digo mientras vuelvo a mirar por la ventana.

Los minutos pasan lentamente. Avanzan arrastrando los pies para atormentarme, lo sé. El tiempo se confabula con mi preocupación para incrementar mi sufrimiento.

La puerta se abre y aparece el rostro sonriente de mi esposo. Y yo, aunque me siento profundamente agradecida y aliviada, le grito enfadada:
"-¡¿Estas son horas de llegar?!"

©Jim Megal-2014. Todos los derechos reservados

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