viernes, 17 de abril de 2015

Reencuentro

Hacía más de diez años que no se veían. La despedida había sido muy dolorosa, y ella siempre recordaba con pesar las últimas palabras que él le dedicó: «Ya no podemos ser amigos». Con frecuencia se preguntaba qué hubiera pasado si ambos hubieran sido más valientes, si hubieran apostado por el amor que sentían, si se hubieran dejado llevar por la atracción que los había mantenido unidos hasta ese desgarrador adiós.
Las mariposas todavía revoloteaban en su estómago cuando su memoria evocaba la primera vez que sus miradas quedaron atrapadas en los ojos del otro. Y es que, a pesar de la distancia y del paso del tiempo, todavía se ponía nerviosa cuando pensaba en él, cuando pronunciaba su nombre o cuando imaginaba cómo sería reencontrarse con ese amor del pasado. Pero, había pasado tanto tiempo... ¿La recordaría? ¿Alguna vez pensaba en ella o no era más que una anécdota de juventud?
Ella sabía que no podría olvidarlo, que nunca recuperaría la parte de corazón que le había regalado. Tal vez porque ahora era un amor platónico; tal vez porque pudo ser y no fue; o simplemente, porque sus sentimientos, sinceros, no habían muerto y continuaban perteneciéndole a él.
No sabía cuál era la razón que le hacía recordarlo con nostalgia, pero ese día, cuando se toparon por casualidad en unos grandes almacenes y sus miradas quedaron atrapadas en los ojos del otro como la primera vez, su corazón se desbocó, el mundo bajo sus pies se detuvo y sintió tal cosquilleo en el estómago que le costaba respirar.
El tiempo parecía no haber pasado entre ellos, aunque ambos estaban cambiados. Balbucearon, se sonrojaron y sonrieron avergonzados de haber recuperado, de golpe, la inseguridad de los quince años.
Fue solo un instante, y el mágico momento se rompió cuando un niño, que supuso sería su hijo, estiró del brazo de él para recuperar su atención. Él asintió, le revolvió el pelo con cariño y continuó caminando, pasando por su lado sin decirle una sola palabra. Ella se había quedado petrificada y lo sintió alejarse sin tener el valor de detenerlo, sin saber qué decir.
Había visto el reconocimiento en su mirada, pero no había sido suficiente. El dolor de la separación volvió a su corazón, renovado. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas, mientras tomaba consciencia de la situación. «Se acabó, ya no podemos ser amigos». Lo había echado tanto de menos... Había soñado tantas veces con el reencuentro que vivirlo de una forma tan fugaz e indiferente, la destrozaba.
Probablemente nunca había vuelto a pensar en ella y encontrársela había sido como ver a un fantasma que no asusta, pero sorprende porque no debería estar ahí. Ni siquiera se había detenido a saludarla...
De repente, una mano se apoyó en su hombro; pensó que estaba dando un espectáculo y que un alma caritativa venía a consolarla. Pero, entonces escuchó su nombre, pronunciado en un susurro a sus espaldas. Y el mundo se detuvo y su corazón se aceleró. Entonces supo que podría pasar una eternidad sin volver a verlo, pero nunca, aunque se esforzase, podría dejar de amarlo.
©Jim Megal-2015. Todos los derechos reservados  

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